LA TIRANA
Desde hace un tiempo me acecha, me acosa, me persigue
misteriosamente. No da la cara, tan solo muestra un perfil sinuoso, adusto,
como de mandamás. En fin, me siento literalmente manipulada por su seguridad en
sí misma, una seguridad aplastante digna de altos mandatarios y demás
verborréicos ilustres.
Se sabe adorada, pensada, custodiada, e incluso
perseguida…pero a mí me acecha. En ocasiones no respeta ni mis días ni mis
noches alterándome el sueño de forma funesta e insalubre. Me roba el tiempo y
los pensamientos, las horas los minutos, las tardes, las mañanas…me las roba y
sin intención alguna, me temo, de devolvérmelas ni más tarde ni más temprano.
El otro día estaba tomándome una café con una amiga de toda
la vida y zás, allí apareció sin invitación previa. Se aposentó junto a nosotras
inmisericorde y entre sus planes más cercanos no parecía estar el de irse y dejarnos a solas para seguir departiendo. Se aposentó y se quedó. Así
sin más.
Una fuerza inexplicable que arroba mi ser entero provoca una
catarsis en mi persona y esta en su contumacia pasa a ser de su propiedad,
dejándome sin voluntad para nada más que para ella, motivo por el cual es de imposible cumplimiento el ignorar su
presencia en mí.
Mi amiga me miró entre extrañada y atónita, cuando en la
mitad de nuestra aburrida conversación, todo hay que decirlo, me saqué una
libretita de las del muelle a un lado, un bolígrafo de propaganda, que por
cierto tengo por miles, y me puse a escribir ignorándola por completo,
olvidando miserablemente su presencia, olvidando incluso su cercana respiración.
La tirana había hecho su aparición y punto.
Después de un tiempo de declararme la guerra abiertamente, habíamos
logrado firmar el armisticio. Ella aparecería de vez en cuando
(prometía no marchar por siempre jamás de mi lado) y yo en consecuencia,
acataría sus órdenes sin réplicas cada vez que apareciera fuese donde fuese a
la hora que fuese. Y digo bien, fuese donde fuese y a la hora que fuese.
Y es que, la musa es la musa.
© Concha González.
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