sábado, 30 de junio de 2012


LA CITA


A pesar de todo, aún quedo contigo de cuando en cuando. Suele ser  una de esas citas ineludibles, impensadas, guarecidas bajo los ignotos designios de las almas estultas y abnegadas, citas irresolutas que tan solo están ahí como contumacia perpetua a nuestros hábitos pasados, citas sin mayores ni menores  pretensiones. 

El escenario siempre es bien distinto. Las calles, los barrios, el cine, un restaurante. Nunca se sabe. 
De repente apareces de la nada, como postulante a llamar mi atención para sacar fuera de juego a todo lo demás. Antes lo conseguías siempre, ahora con algo más de dificultad. 
Supongo que es cuestión de tiempo que en tus cada vez más nimias apariciones, semejes un cero a la izquierda, una gota de lluvia en el mar, un grano de arena en el desierto... supongo.
Ahora mismo, la cita ineludible no me deja verte la cara, ni tocarte, tan solo hablarte. ¡Curiosa manera de citarse!
Ahora mismo, cada vez que nos encontramos, suspiro hondo en mis adentros tratando de mantener una calma que no siento, y te hablo, te saludo, charlamos de la vida, de la suerte, nos miramos (pero no nos vemos), nos abrazamos pseudoamistosamente (pero no te siento).

Después siempre es lo mismo. Me despierto en mi cama. Me levanto y continúo con la cita anexada a mi cerebro durante un buen rato, hasta que el inexorable paso del día te despide sin remordimientos.
Quizás esta sea la última...

©Concha González.

domingo, 17 de junio de 2012


EL ESCENARIO 


Y allí estábamos todos y todas de nuevo. Amalgamados como si de un solo ser se tratase, unidos por el cordón umbilical de las niñeces y pre adolescencias de nuestros hijos, nietos y... para de contar. Al principio de cada principio todo  sucede de forma y manera que cabría pensar en una gran familia. Una familia unida con un propósito loable, ético, educativo, e incluso bello, aunque como se suele decir de la belleza no se coma. En fin, lo que se dice un idilio en toda regla. Todo son buenos deseos, miradas amigables,  guiños de ojos e incluso algo de tacto físico. Besos de reencuentro, fases amables y bonitas, ganas de agradar, aparente amistad sin dobleces ni mentiras. Ayuda al más débil, al más desamparado, uso del lenguaje más correcto, cálido interés por los demás y sus circunstancias, palmaditas en la espalda y expectativas a la espera de ver que pasa.

De repente se da la vuelta a la tortilla, porque de no hacerlo quemaríamos una de las caras, y todo cambia. Los actores del evento se agrupan a corrillos, los guapos con los guapos, los feos con los feos, ordenadamente todo ello, en los que raramente se cuelan intrusos indeseados. Es entonces cuando comienzan a desaparecer los mimetismos más hipócritas. El ser humano como tal tiene sus límites, y fingir produce un cansancio físico y mental arduo y penoso. No queda títere con cabeza.  Un amplio elenco de palabras, frases, dichos y redichos usurpan repentinamente las mentes de todos y todas y pugnan a muerte con la cortesía, el saber estar y la educación. Entonces sucede. Lo ves en las caras de todos y todas. Miradas bajas soslayando la diana de su enfoque. Susurros cómplices de palabras pronunciadas sin pudor entre la barahúnda del momento. Gestos mal disimulados para aquel observador pertinaz que permanece en el silencio tras los visillos de su ventana indiscreta y mientras...los niños y niñas continúan felices y entregados a su cometido impuesto, dándolo todo para los todos y todas que allí permanecen con sus sonrisas desajustadas y controvertidos sentimientos ocultados bajo las faldas y pantalones de raya requeteplanchada, ignorantes cándidos del desuello. 

Después  tan solo queda el silencio. El escenario vacío, los telones bajados, las luces apagadas, los actores cansados pero ilusionados. Todo pareció salir según lo ensayado. Ya en sus casas, relajados con los pies encima de la mesa, recuerdan lo pasado. Ansían repetir  otro encuentro y otro escenario.

© Concha González.