viernes, 30 de octubre de 2015




Chuches.
Procedo de aquellos años en los que, cada domingo y fiesta de guardar, te encontrabas a la señora María, la del puesto de chuches, bien plantificada en la plaza, con un gran mandil, pañoleta negra a la cabeza y una variada mercancía, con el fin de ganarse una perras. Ya se empezaban a llevar las tiendas como tal, pero solo la señora María tenía en estas épocas un producto único y extraño (a mis ojos) como era la acerola. Yo las llamaba manzanitas y por cinco pesetas la señora María te ponía con sus manos arrugadas y callosas un gran cucurucho (fabricado "in situ" con algún dominical retrasado). Aún recuerdo ese sabor (tirando a cítrico) esa textura tersa, y sobre todo su especial aroma, algo así como una mezcla entre el membrillo y frutas del bosque.
Después pasaba el tiempo y ya no las volvía a ver hasta el siguiente año, y yo quedaba preguntándome el porqué de que el resto de chuches siguieran apareciendo por su carro, día tras día, menos mis manzanitas deliciosas y aromáticas. Más tarde, la señora María desapareció para siempre y con ella su puesto y las acerolas.
Ayer las ví de nuevo, después de muchos años, en el mercado de frutas de mi pueblo y me quedé mirando para ellas como una niña de ocho años, ¡y nada!.. que hoy me estoy dando un homenaje... por los viejos tiempos de los chuches sanos.
Concha González.
Imagen de la red.