jueves, 17 de agosto de 2017



EL TAÑER

Tocan a muerto. El lastimoso tañer de las campanas inunda los aires hasta fecundar con su doliente sonido los oídos de todos paisanos de la zona. Tocan a muerto y nadie desconoce que ese toque a mortijuelo anuncia, claramente, que el finado es un niño que aún no ha alcanzado el tiempo para tomar la primera comunión.

Parece venir desde La Antigua. Es el último niño de Benita y con este ya van cuatro los que pierde en cuatro años. A este paso se va a quedar con los dos mayores nada más. No le vale la leche, es pura agüica sin sustancia alguna y los infantes, aunque le nacen rechonchos y sonrosados, van perdiendo  poco a poco hasta quedar en un puro pellejín. Criaturas. ¡Qué Dios los tenga en su gloria!
Di tú que los dos mayores quiso el santísimo que nacieran al tiempo de los de su prima Crucita que se los amamantó de balde, por pura lástima, y que tiene reteso como para medio pueblo, y que, además de pujar por un corazón de oro y temeroso de Dios casó con un marido que no se mete, sino otros que también caen.
Estos últimos mala suerte han tenido los pobres, que no ha habido ningún otro tetamen disponible en toda la contorna que les ampare. No sé cómo Benita no zanja ya el tema de la paridera. Tantos tenga, tantos van a la caja blanca sin dar ni el primer paso.
Para este último, que ni tiempo hubo de bautizar, compró  cabra y todo, pero esa no es solución, que todo el mundo sabe que los primeros meses ha de ser de mujer la leche y nada más. Lo que hace la mea culpa y la desesperación. Cómo si le sobraran reales para cabras.
El anterior infante era de un tiempo al de de Manuela, pero Manuela se hizo en un no y se negó a sacar la teta para nadie. Que no tenía alimento para tanto chico, le dijo. Pero yo me barrunto que lo que no estaba era por la labor,  no fuera ser el demonio que se  gafara de la misma mala suerte de Benita y se le cortara la suya, y que sin comerlo ni beberlo su retoño acabara pagando el pato y tomando el mismo caminito que los de Benita. Primeriza la pobre Manuela, casi una niña, que la quitó su madre de jugar con la moña para casarla con Justino por un asunto de tierras, y con una suegra de armas tomar. Qué le vas a pedir.
Si eres mala madre y no te vale la leche para criar tendrás que poner fin al asunto de otros modos. Cerrar la puerta de la habitación y echarle dos vueltas a la llave, por ejemplo.
El mejor remedio. ¡Vaya qué sí!

©Concha González
Imagen de la red


domingo, 6 de agosto de 2017




EL BURRO

Las  mujeres no bebían, hija. La bodega era cosa de hombres. Allí descargaban el cansancio y la rutina, hablaban de sus cosas, de las cosechas, del precio del grano e incluso de casorios, aunque a veces se les iba la mano y rellenaban el porrón más de la cuenta. Después parlaban por los codos y llegaba el alboroto hasta la plaza, pero mira, era la única forma de quitárnoslos de encima un rato... Caso aparte era el asunto de Delfina.  Delfina no escuchaba ni a los hijos ni al marido ni a nadie, que el bueno de Servando no hacía vida de ella. Vaya paciencia la suya. Digna de admiración.
Al principio, cuando se percató del asunto, le escondía el burro para que no se acercará por allí, pero la muy tunanta, que ya tenía el vicio bien agarrado, iba aunque fuera a rastras, y eso que  las bodegas de Grajal distan una legua del pueblo, porque cerca de las casas no había tierra para ellas y hubieron de pegarlas a la linde con Ribera.
Delfina, después de hacer la labor, a eso del caer de la tarde  se cogía el "andaniña", un cacho pan, un pimiento en verano o  media cebolla en invierno, y, sin decir ni mu, lloviera,  nevara o cayera un sol de justicia, arreaba que se mataba  a la bodega.
Yo no sé qué tiene eso para que te apañe así. Porque Delfina era muy curiosa para todo. Menuda cadeneta  hacía...
¡Qué vicio tan feo! Para un hombre mal, pero para una mujer... ¡Por Dios!
Después a Servando como le daba pena de cómo volvía de refregada,  acabó por dejarle allí el burro atado a la argolla. Porque él no bebía una gota, y mira que eso sí que era raro en un hombre, pero ya trincaba Delfina por los dos y por medio pueblo. Hasta el cura fue a sermonearla a casa en una ocasión. Pero nada hija. Ni por esas.
Así que el hombre, cuando allá al caer la noche la veía venir cara "pa tras" del burro, echaba las manos a la cabeza y resoplaba: ya nos jodiste Delfina, ya nos jodiste... Y oye, qué conocimiento el del burro que  bien  sabía donde apearla. Para que luego digan de los burros... más conocimiento que las personas tienen a veces. Ya lo creo.
Pobre Servando...

©Concha González.
Imagen de la red.