sábado, 8 de septiembre de 2012



 ALL INCLUSIVE

Hartito estaba de meter la mano en el bolso constantemente. Me lo habían advertido:  ir de viaje sin un "Todo Incluido" es lo que tiene. Te pasarás el día entero de paganini. Que si una excursión a los valles tal, cien euros. Que si un agua sin gas, dos euros. Que si una hamaca en la playa para no enguarrarte de arenas tediosas, cincuenta euros, un roncola, siete euros.  Todo, absolutamente todo el tiempo que te  dure el asueto lo pasarás vaciando tu cartera, tarjeta o cuenta corriente, del vil metal que asola este mundo, de manera excelsa y desorbitante.  Lo irás viendo consumirse como vela encendida.

El asunto llega a cauces tan drásticos que ya casi no disfrutas. Solo de pensar en el sablazo, sin previo aviso, con el que te van a insertar "el debe" de la cuenta de la que en cuestión se trate, se desbarajusta tu estabilidad mental de tal manera que ya no existe fórmula ni remedio alguno para volver a ajustarla mientras esa situación se mantenga en activo.

 No ver, no mirar, no saber, esta es la cuestión. En la ignorancia descansa la felicidad.

Si volvemos a lo del todo incluido y sus bondades, nos encontramos con un caminar como Pedro por su casa en un  entorno perfectamente delimitado, como campo de concentración, durante un  determinado tiempo, el cual  depende en todo y en parte del bolsillo de cada uno. Repentinamente nos  vemos  libres de bolsos, mariconeras, carteras... Nada es necesario en esos resorts de apolínea estructura. Está todo pensado para que circules por sus extensos vericuetos, parco en ropajes y repleto de buen humor. Ni tan siquiera portamos con nosotros mismos los venerados Smarthphones, ya que este descaste hacia su pequeña figura parece ser  el único modo de presumir de una libertad en toda regla, aunque después, casi a escondidas,  wassapees de lo lindo, mires el facebook  de pasada como sin darle  mayor importancia a los "megustas", y caigas en la cuenta de las cientos de llamadas perdidas que por tu necesidad de reencuentro con esa pantallita de 4 pulgadas deberías tener.
En realidad este sistema puesto de moda, si no me equivoco en zonas caribeñas, del "all inclusive" (hay que ser cosmopolita) es una sutil maniobra de distracción. No pagas, porque ya has pagado. Después de marcarte, como a los chivos de mi pueblo,  con unas pulseritas de colores que rezan de una oculta información bajo sus tonalidades varias, te sueltan por los laberintos de su pseudo jardín del Edén.
Ahí comienza el despropósito. Piscinas calientes, frías, dulces, saladas, con oleaje, sin él. Sauna, gimnasio, Spa, masajistas orientales... Vegetación infrecuentemente paradisíaca, olores cálidos, cielos anegados en mares, mares anegados en cielos.
Comida a raudales, frutas de harenes, cascadas de cerveza, cavas burbujeantes, cócteles aromáticos, bandejas y bandejas de comida desfilando como "Top Models"  ávidas de atención por parte un público obnubilado ante tamaña belleza...
Todo gratis. All free.
Y de verdad que casi acabas creyéndolo.

Durante el tiempo de estancia en esa situación anómala de lindezas y dispendios varios, sientes ser alguien especial; todo el mundo te sirve, coges lo que te parece, llamas y alguien viene. Tú mandas, otro obedece. Todo ello sin meter ni una sola vez la mano en el bolso, mariconeras, cartera. No, no es mentira. Es cierto. Al día de hoy ya mucha gente lo sabe.

Al salir de ese estado catatónico de reinado sin Rey, el shock está servido.  El recepcionista de turno  procede a cortar tu pulsera con unas odiosas tijeras finamente afiladas y rencorosas que guarda con celo debajo del mostrador para tales efectos. Corte del cordón umbilical. Así se siente y se traslada desde la memoria imposible esa acción. Abandono, desprotección, olvido, temor. Miras esa marca blanquecina de tu muñeca con un aire de reminiscencia pasada, mientras una abulia pesarosa se instala en tu cuerpo, mente y alma, y el título de una película conocida comienza a pasearse irónica  por tu mente, "Volver a empezar".

Volver a empezar. Tráfico, ruidos, caras arrugadas, malas palabras, objetivos a cumplir, carreras...
De vuelta a trabajo observas entre atónito y desconcertado como uno de tus compañeros aún luce su pulsera TI (en este caso amarilla) mientras maneja el ordenador de su despacho. Su semblante es risueño, calmado, casi diríase que feliz. Los demás compañeros (marca blanca en muñeca izquierda) que con cara de perro post vacacional ríen por lo bajini, comentan la palurdada de la situación. Yo les entro al trapo maliciosamente por lo de la complicidad laboral mientras pienso con profundidad en el meollo de la situación.
Definitivamente la psicología impera una vez más. "Men´s sane in corpora sane".
Para el próximo año ninguna tijera malnacida y envidiosa cortará el cordón umbilical. No, hasta que mi corazón así lo sienta y lo consienta...  

©Concha González.