LA PACIENCIA
... madre, ¿cuándo se muere Don Elías?.
_ Esta chica está tonta.- responde la madre agitando la cabeza en señal de disgusto por la estolidez de su curiosona y ocurrente hija.
La niña de nueve años de edad pregunta, sin atisbo de malicia, que para cuándo la muerte del señor cura, un hombre entrado en años pero sin ánimo ni aspecto alguno de querer encontrarse aún con nuestro señor.
La respuesta de la madre deja a la pequeña con un mohín de disgusto a falta de explicaciones mayores, pues le habían contado que cuando un cura fallecía, se le sentaba en un sillón de madera torneada, al estilo del de los obispos, acicalado como para celebrar misa y con un misal entre las manos. Además, Encarnita, su hermana, su prima y la hermana de su prima aseguraban que después de tenerlo, durante tres días con sus noches, impertérrito y en esa pose, habrían de romperle las piernas para poderlo enterrar como a todo el mundo, o sea, tumbado.
Su madre, que lo sabía todo, a la fuerza tenía que saber de este asunto también, es decir, sobre la muerte de Don Elías; para cuándo habría de ser y cómo y, ante todo, si ella tendría participación alguna en tal evento.
Y es que, lo de sujetar al aire lazos de raso blanco cosidos a la pequeña cajita blanca de muerto de algún niño de pecho y de no tan pecho camino del cementerio, acicalada con su mejor vestido, el pelo estirado hasta hacerla llorar de dolor, con sus fulgurantes zapatos de charol bien repulidos, herencia de su prima Charito, y marcando el paso de la comitiva fúnebre, era cosa importante y de enjundia, desde luego, mucho más aún para ella que siempre contaba con el honor de ser de las que figuraba a la cabecera de la caja, pero tan habitual como que lloviera en primavera, nevara en invierno, o achicharrase de calor en agosto, mientras que lo del señor cura nunca lo había visto y sí Encarnita, su hermana, su prima y la hermana de su prima.
Ya dice su padre que los curas viven mucho y bien, con lo que el asunto de la inevitable espera es casi un hecho. Di tú que Don Elías ya tiene el pelo blanco del todo, una cojera artrítica severa, así como una silbante tos que semeja la sirena de la azucarera de tanto tabaco de liar como se ha fumado, con lo que mucho más tiempo, de seguro, no habrá de durar.
Cuestión de paciencia.
Cuestión de paciencia.
©Concha González.
Imagen de la red.
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