domingo, 6 de agosto de 2017




EL BURRO

Las  mujeres no bebían, hija. La bodega era cosa de hombres. Allí descargaban el cansancio y la rutina, hablaban de sus cosas, de las cosechas, del precio del grano e incluso de casorios, aunque a veces se les iba la mano y rellenaban el porrón más de la cuenta. Después parlaban por los codos y llegaba el alboroto hasta la plaza, pero mira, era la única forma de quitárnoslos de encima un rato... Caso aparte era el asunto de Delfina.  Delfina no escuchaba ni a los hijos ni al marido ni a nadie, que el bueno de Servando no hacía vida de ella. Vaya paciencia la suya. Digna de admiración.
Al principio, cuando se percató del asunto, le escondía el burro para que no se acercará por allí, pero la muy tunanta, que ya tenía el vicio bien agarrado, iba aunque fuera a rastras, y eso que  las bodegas de Grajal distan una legua del pueblo, porque cerca de las casas no había tierra para ellas y hubieron de pegarlas a la linde con Ribera.
Delfina, después de hacer la labor, a eso del caer de la tarde  se cogía el "andaniña", un cacho pan, un pimiento en verano o  media cebolla en invierno, y, sin decir ni mu, lloviera,  nevara o cayera un sol de justicia, arreaba que se mataba  a la bodega.
Yo no sé qué tiene eso para que te apañe así. Porque Delfina era muy curiosa para todo. Menuda cadeneta  hacía...
¡Qué vicio tan feo! Para un hombre mal, pero para una mujer... ¡Por Dios!
Después a Servando como le daba pena de cómo volvía de refregada,  acabó por dejarle allí el burro atado a la argolla. Porque él no bebía una gota, y mira que eso sí que era raro en un hombre, pero ya trincaba Delfina por los dos y por medio pueblo. Hasta el cura fue a sermonearla a casa en una ocasión. Pero nada hija. Ni por esas.
Así que el hombre, cuando allá al caer la noche la veía venir cara "pa tras" del burro, echaba las manos a la cabeza y resoplaba: ya nos jodiste Delfina, ya nos jodiste... Y oye, qué conocimiento el del burro que  bien  sabía donde apearla. Para que luego digan de los burros... más conocimiento que las personas tienen a veces. Ya lo creo.
Pobre Servando...

©Concha González.
Imagen de la red.

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