EL CAMINO
El camino se estrechaba cada vez más a mi paso. No solamente podía observar la proporcional angostura que se me avenía poco a poco, hasta casi devorarme por completo, sino que, además, la vegetación y la arboleda propia de la zona, se iban tornando en una certera inexistencia, mientras cielos y tierra se amalgamaban en uno solo.
Seguí avanzando inexorablemente mientras una férrea fuerza tiraba de mi persona. De pronto parecía no ser, no existir para ese tramo ya andado. Comencé entones a reclamar mi lugar en el camino siguiente, ese camino que ya avistaba desde la lontananza, y, a su vez, desde de una inexplicable proximidad. Observé de nuevo la amplitud que se me iba aviniendo poco a poco y comprendí.
Lo afronté con ardua resignación.
Tocaba empezar desde cero a caminar y esta vez preví, sería para largo.
Seguí avanzando inexorablemente mientras una férrea fuerza tiraba de mi persona. De pronto parecía no ser, no existir para ese tramo ya andado. Comencé entones a reclamar mi lugar en el camino siguiente, ese camino que ya avistaba desde la lontananza, y, a su vez, desde de una inexplicable proximidad. Observé de nuevo la amplitud que se me iba aviniendo poco a poco y comprendí.
Lo afronté con ardua resignación.
Tocaba empezar desde cero a caminar y esta vez preví, sería para largo.
© Concha González.
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