HURTO PROVOCADOR
Mi carrito de la compra rebosaba. En su interior podíamos encontrarnos una miscelánea de productos de lo más variopintos. Gel del cuerpo o bodymilk que se dice ahora, papel de culo, compresas con alas y sin alas, dentífrico. En la sección bebidas: cerveza litrona, zumos tetrabrik, leche semi, cava del barato para alguna ocasión especial. Sección carnes: bandejas de salami, pechuga pavo, filete pollo. Sección golosa: croissants de chocolate, galletas rellenas de chocolate, bizcocho de chocolate. Sección frutas: un melón, cereza picota, media sandía de esas que hay ahora sin pepitas. Sección pescado: bacalao al punto de sal....y fue entonces cuando la vi. Me saludó con un movimiento de cabeza al uso de la zona, sin demasiadas familiaridades, así como de pasada. Como todos hacemos, observé su carrito y comprobé que apenas si tenía algo dentro. Ya sabes, dime que compras y te diré quien eres. Supuse que acabaría de llegar. Era cuestión de esperar un poco para cotillear la clase de cosas por las que se decantaba la alcaldesa del pueblo. Persona altiva donde las haya, siempre de peluquería, vestida de marquitas caras y con un perpetuo rictus de superioridad en el rostro.
Si. lo sé. Cualquiera podía ver que hablaba, pensaba y actuaba desde la pura envidia, el rencor más exacerbado, la rivalidad más absoluta. En las últimas elecciones me había dejado a la altura del betún. Había sido el hazmerreir de mi pueblo, "la burla" con todas sus palabras. Todo el mundo parecía desde entonces señalarme con el dedo...¡Ahí va esa perdedora, pobrecita, vaya palo que le dieron!
Siempre pensé en el sabotaje. Seguro que eso fue, sabotaje. ¿Cómo pudo ser que me ganase por mayoría absoluta semejante niña pija de tres al cuarto? Aparentadora irreal de lo que no tenía, que por no tener no tenía ni carrera y eso que ahora eso valoraba mucho. Sin embargo yo si que la tenía. Además me desvivo por la gente, siempre haciendo favores, escuchando como psicólogo en consulta, aconsejando gratis en muchas ocasiones. La gente es una desagradecida.
Observé que me miraba lacónica desde la distancia. Se sonreía de un modo extraño, como si jugase conmigo una vez más, como si supiera lo que estaba pensando. Dirigió su carro hacía la sección de lácteos y yo la seguí disimuladamente. El pasillo se encontraba desierto, cosa rara. Tan solo ella y yo lo poblábamos en ese momento. Fue entonces cuando lo hizo. Mirándome a los ojos introdujo un cartón de leche de los de 60 céntimos en su carísimo bolso de cartier con una osadía y tranquilidad digna de altos mandatarios. Yo no daba crédito. Lo había hecho para provocarme, de eso no cabía la menor duda, y supongo que además me estaba retando a que la imitase. A ver quien tiene más "guevos".
En ese mismo instante comprendí. Ella era la ganadora y yo la perdedora. Así había sido en la elecciones y así estaba siendo en ese mismo momento.
En la caja mientras cabizbaja pagaba mi monumental compra, observé de reojo como se marchaba sin bolsa alguna, haciendo ostentosa gala del bulto extraño que provocaba el cartón de leche en el interior de su bolso. Aunque claro estaba, que eso tan solo lo sabíamos ella y yo.
Ya en el exterior, mientras yo pujaba como podía por el pesado carro que siempre se empeña en dirigirse hacía el lado equivocado, mi querida alcaldesa, que aguardaba paciente a la salida, me despidió desde la esquina con el cartón de leche en la mano como si ondease la bandera de España.
© Concha González.