domingo, 8 de julio de 2012


HURTO PROVOCADOR


Mi carrito de la compra rebosaba. En su interior podíamos encontrarnos una miscelánea de productos de lo más variopintos. Gel del cuerpo o bodymilk que se dice ahora, papel de culo, compresas con alas y sin alas, dentífrico. En la sección bebidas: cerveza litrona, zumos tetrabrik, leche semi, cava del barato para alguna ocasión especial. Sección carnes: bandejas de salami, pechuga pavo, filete pollo. Sección golosa: croissants de chocolate, galletas rellenas de chocolate, bizcocho de chocolate. Sección frutas: un melón, cereza picota, media sandía de esas que hay ahora sin pepitas. Sección pescado: bacalao al punto de sal....y fue entonces cuando la vi. Me saludó con un movimiento de cabeza al uso de la zona, sin demasiadas familiaridades, así como de pasada. Como todos hacemos, observé su carrito y comprobé que apenas si tenía algo dentro. Ya sabes, dime que compras y te diré quien eres. Supuse que acabaría de llegar. Era cuestión de esperar un poco para cotillear la clase de cosas por las que se decantaba la alcaldesa del pueblo. Persona altiva donde las haya, siempre de peluquería, vestida de marquitas caras y con un  perpetuo rictus de superioridad en el rostro. 
Si. lo sé. Cualquiera podía ver que hablaba, pensaba y actuaba desde la pura envidia, el rencor más exacerbado, la rivalidad más absoluta. En las últimas elecciones me había dejado a la altura del betún. Había sido el hazmerreir de mi pueblo, "la burla" con todas sus palabras. Todo el mundo parecía desde entonces señalarme con el dedo...¡Ahí va esa perdedora, pobrecita, vaya palo que le dieron! 
Siempre pensé en el sabotaje. Seguro que eso fue, sabotaje. ¿Cómo pudo ser que me ganase por mayoría absoluta semejante niña pija de tres al cuarto? Aparentadora irreal de lo que no tenía, que por no tener no tenía ni carrera y eso que ahora eso valoraba mucho. Sin embargo yo si que la tenía. Además me desvivo por la gente, siempre haciendo favores, escuchando como psicólogo en consulta, aconsejando gratis en muchas ocasiones. La gente es una desagradecida.
Observé que me miraba lacónica desde la distancia. Se sonreía de un modo extraño, como si jugase conmigo una vez más, como si supiera lo que estaba pensando. Dirigió su carro hacía la sección de lácteos y yo la seguí disimuladamente. El pasillo se encontraba desierto, cosa rara. Tan solo ella y yo lo poblábamos en ese momento. Fue entonces cuando lo hizo. Mirándome a los ojos introdujo un cartón de leche de los de 60 céntimos en su carísimo bolso de cartier con una osadía y tranquilidad digna de altos mandatarios. Yo no daba crédito. Lo había hecho para provocarme, de eso no cabía la menor duda, y supongo que además me estaba retando a que la imitase. A ver quien tiene más "guevos".
En ese mismo instante comprendí. Ella era la ganadora y yo la perdedora. Así había sido en la elecciones y así estaba siendo en ese mismo momento.
En la caja mientras cabizbaja pagaba mi monumental compra, observé de reojo como se marchaba sin bolsa alguna,  haciendo ostentosa gala  del bulto extraño que provocaba el cartón de leche en el interior de su bolso. Aunque claro estaba, que eso tan solo lo sabíamos ella y yo.
Ya en el exterior, mientras yo pujaba como podía por el pesado carro que siempre se empeña en dirigirse hacía el lado equivocado, mi querida alcaldesa, que aguardaba paciente a la salida, me despidió desde la esquina con el cartón de leche en la mano como si ondease la bandera de España.

© Concha González.

martes, 3 de julio de 2012



MORBO

Por fin las cuatro. Hora de echar el cierre al curro. Mañana será otro día. 
Me dispongo a salir y ya desde la ventana observo una gran nube negra coronando el cielo que nos cubre. Escucho como la gente alrededor se lamenta.
- Hay un incendio cerca de aquí -comenta uno.
-Dicen que son los coches del parque del Cid- expone otro.
Se escucha el ulular del inconfundible coche de bomberos en la lejanía primero, en la medianía después y unos segundos más tarde en la cercanía. Un nauseabundo olor metálico inunda mis pituitarias mientras pienso que lo más apropiado es alejarse de la zona más pronto que tarde por si acaso.. 
Avanzo deprisita presa  de una angustia de difícil explicación, pero de fácil sentimiento. Después de unos minutos consigo alcanzar mi coche y con mano temblorosa aprieto el botoncito de la apertura mientras casi a la vez me aposento enfrente del volante. Al cerrar la puerta siento una sensación de pueril seguridad. Arranco y salgo a toda mecha por la dirección que a diario utilizo y cual será mi sorpresa que a medida que conduzco me voy acercando al meollo del asunto. Empiezo a ver coches semiaparcados, gente amontonándose, policías gestionando el caos y en ese momento noto como mi miedo desaparece por completo de tal modo que  hasta elucubro que esa podría pasar a ser la atracción de la tarde que aún me queda por gastar y que así a priori se presentaba aburridilla. Pienso en las decenas de personas que allí están pasándoselo pipa, llegando a deshora a sus trabajos de la tarde, a buscar a sus hijos a las guardes, a los coles, a las actividades extraescolares, padres seniles en los centros de día esperando, tiendas sin abrir, clases en la facultad, privadas o de idiomas todas ellas ya perdidas, cambios de turnos en el hospital al carajo, el café de las cuatro y cuarto tendrá que ser ya el de las cinco menos cuarto con el consiguiente riesgo de insomnio nocturno por pasarse de la hora.
Definitivamente tiene que merecer la pena aparcar y ponerse a observar el desastre que estaba ocasionando el fuego en esos pobres coches aparcados, las caras de disgusto de sus dueños,  la policía en acción y ...¿qué me dicen de los bomberos?, se salen. Tanta gente no puede estar equivocada. 
Pienso en tomar unas fotos con mi magnífico smartfhone de recién estreno y colgarlas en facebook esa misma noche. Seguro que tendré unos cuantos "me gusta". A la gente nos gustan estas cosas así.
Busco sitio por todos los lados. Todo ocupado. Me alejo con pesar del escenario mayor pero nada, sigue sin haber plaza para mi y mi coche. Todo lleno. Sigo y sigo y ...nada. Es la primera vez que me pesa tanto el doscientoscinco. Imposible de aparcar.
Me entra una rabia espantosa y retrocedo por el carril de vuelta que la poli a duras penas consigue mantener despejado y en un subidón de aquí te espero bajo la ventanilla y grito voz en alto:
-Morbosos, que sois todos unos auténticos morbosos...