EL
RELOJ
Hoy
me he tirado de la cama de un salto.
Me
despertó la conciencia del que quiere respirarse el mundo, avanzar al paso de
sus minutos danzarines, no perderse ni un instante de sus desvelos, ni un
segundo de sus silentes efectos. Descansar, ya descansaré más tarde, siempre después de que la historia amenace con volver de nuevo. Antes sería una gran pérdida
de tiempo. Un tiempo que te desheredará sin legitimidad alguna mucho antes que su propia alma
desaparezca, antes incluso de que llegues a recordar su rostro exánime clamando
por observarte, antes de que recuerdes…mucho antes.
Después,
mientras tiro la toalla de la ducha vespertina y abro las ventanas para que las pesadillas nocturnas infecten los aires virginales de la virginal mañana, espero pacientemente,
¡qué remedio!, a que la luna veje con su ojo casto y tímido a la oscuridad
malintencionada de otra noche que
fenecerá, probablemente, con la
siguiente alborada.
Mientras, el reloj, culpable implícito, socio siniestro, instigador abyecto, parece
seguir robándonos las horas que, en realidad, nunca jamás poseímos ni poseeremos. Parece querer contar cuanto dura el infinito en claudicar de sus mañanas, y marcar el silencio de los silencios con su tonada perpetua en perpetuo lamento. Parece querer festejar la impermanencia de los deseos.
Parece trocar su aliento por tu aliento.
©Concha
González.
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