jueves, 28 de marzo de 2013

LA CORTESANA.




 LA CORTESANA

Siempre tenía bien claro  lo que debía de hacer en cada ocasión. No obstante para ello se había preparado desde siempre y  para siempre con  férrea tenacidad,  a conciencia y sin conciencia, sin prisa pero sin pausa.

A la gente le gustaban los contrastes y debía de reconocer que a ella también. Por eso, poseía todo un completo arsenal de mentiras, de castillos en el aire, de cantos de sirenas, de patrañas tangibles; las intangibles solían conseguir permanecer libres como el viento  aunque, eso sí, casi siempre acababan apresadas en un libertinaje clandestino a la par que inmersas en esas tenebrosas profundidades que los instintos de cada uno parecen poseer. Permanecían, pues, en el artífice de  esos sueños de media alcoba, de baja cama, de prohibidas vocaciones, de siniestros e impudorosos ruegos.
Poseía también, dentro de su riqueza camaleónica, silencios a contrapelo, pubescencias  perdidas, guerras a tientas, sumisiones de geishas, personalidades de señoritas de escuela, de leonas de circo, de azotadoras siniestras,...y así un sin fin de seres inermes desorientados en el tiempo, pero orientados dentro de los más perdidos y pérfidos secretos.

El curso de psicología conductual le había sido altamente útil. Con un solo mirar a los ojos, sabía gustos, preferencias, personalidades, caprichos, vergüenzas e incluso miserias del usuario en cuestión. Podría decirse de ella que era una heroína, una maga, un sueño convertido en una corta realidad, algo así como  un  peculiar Santa Claus.

Colmaba de regalos los gustos más estrafalarios y lograba de manera sencilla y eficaz que nadie muriera sin cumplir su deseo por más oculto y patético que fuera. Llegó a ser, en un arrebato de permisión,  hasta una finada inmóvil y blanquecina  de labios color cardenalicio en cuerpo y presencia. Tuvo de reconocer, en un despliege de sinceridad equilibradora, que hasta el momento había sido  su peor trabajo.

Había nacido para hacer feliz a los demás. Eso lo tenía muy, pero que muy claro y no pensaba cambiar de condición después de tanto esfuerzo.
Su madre, gran  profesional donde las hubiera,  se había encargado de inculcárselo desde la más corta infancia. Y es que, ya se sabe... una madre siempre quiere lo mejor  para una hija.

©Concha González.
Imagen tomada de la red.

2 comentarios:

  1. ¿Por qué me parece que estás refiriéndote a la puñetera vida? Es realmente bueno, pero sobre todo, te arropa el flujo de las palabras, el equilibrio literario. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias Amando por tus palabras. Por desgracia la vida no es igual para todos (qué gran novedad) ni tan siquiera desde un principio. Nacer ya conlleva un riesgo. Un abrazo.

    ResponderEliminar