LA AMENAZA
Después de recibir el último
envite, acercó sus labios al oído y le susurró
las dos palabras malditas de la profesión: te quiero.
Hizo como que no la había escuchado.
Dana (nombre de guerra) le gustaba de verdad. Alargó el brazo para alcanzar uno
de los cigarrillos del paquete entreabierto que junto con un espléndido encendedor de oro (regalo de su último y recién aniversario de bodas) y un iPhone de última generación, descansaban lánguidamente sobre la mesita. Ella aprovechó el movimiento para susurrárselo de nuevo, esta
vez contra sus labios. Ya no había escapatoria, el mal estaba hecho. Lo peor: que decía la verdad. Esas cosas se saben. La amenaza proferida apuntaló directamente al corazón y penetró de lleno. Él así lo sintió.
Su mala cabeza le acabaría trayendo la ruina y no estaban los tiempos para
gilipolleces. La carrera de su hija en Oxford costaba una pequeña fortuna y ante todo y sobre todo se consideraba a sí mismo un buen padre.
Su esposa debería, en lo sucesivo, estar un poco más más atenta en las elecciones. En esos menesteres de mujeres, él siempre había preferido no participar. Era la tercera
chica este mes que perdían sin remedio y eso era el antónimo de beneficio. Al final tendría que acabar teniendo que admitir que los negocios era cosa de hombres.
Miró por última vez esa belleza rubia de
metro ochenta y suspiró. Dana le gustaba de verdad.
©Concha González.
Imagen de la red.