domingo, 8 de septiembre de 2013

LA AMENAZA



LA AMENAZA

Después de recibir el último envite,  acercó sus labios al oído y le susurró  las dos palabras malditas de la profesión: te quiero.


Hizo como que no la había escuchado. Dana (nombre de guerra) le gustaba de verdad. Alargó el brazo para alcanzar uno de los cigarrillos del paquete entreabierto que junto con un espléndido encendedor de oro (regalo de su último y recién aniversario de bodas) y un iPhone de última generación, descansaban lánguidamente sobre la mesita. Ella aprovechó el movimiento para susurrárselo de nuevo, esta vez contra sus labios. Ya no había escapatoria, el mal estaba hecho. Lo peor: que decía la verdad. Esas cosas se saben. La amenaza proferida apuntaló directamente al corazón y penetró de lleno.  Él así lo sintió.  Su mala cabeza le acabaría trayendo  la ruina y no estaban los tiempos para gilipolleces. La carrera de su hija en Oxford costaba una pequeña fortuna y ante todo y sobre todo se consideraba a sí mismo  un buen padre.  Su esposa  debería, en lo sucesivo, estar un poco más más atenta en las elecciones. En esos menesteres de mujeres, él siempre había preferido no participar. Era la tercera chica este mes que perdían sin remedio y eso era el antónimo de beneficio.  Al final tendría que acabar teniendo que admitir que los negocios era cosa de hombres.

Miró por última vez esa belleza rubia de metro ochenta y suspiró. Dana le gustaba de verdad.

©Concha González.
Imagen de la red.

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