sábado, 25 de agosto de 2012




LA FAMILIA

Llegamos casi al anochecer a la gran casona. Se nos esperaba. En estos sitios siempre se  le espera a uno, nadie se presenta sin invitación previa.
Una vez dentro pude comprobar la existencia de una  profunda fragancia adherida a los huecos, habitando por esos excelsos pasillos inmaculados de vigilia forzada bien intencionada, y que de no haber sido por las altas horas que gastábamos no me hubiesen pasado desapercibidos hasta  estar más lúcida y tratable.

Se nos atendió como corresponde: amablemente, eficazmente, disciplinadamente, aburridamente.

Al día siguiente, ya entrando en la  madrugada, comenzaron las presentaciones. Uno ha de hacerse a los lugares y a sus gentes más pronto que tarde por eso de socializar, formar parte del asunto, ser alguien con nombre y apellidos. Nunca se sabe el tiempo de dispendio que tome el asunto del que se trate.
Yo, como tan solo me presenté allí en calidad de dama de compañía, no contaba, no disponía de un nombre. Todo el mundo (ese mundo) me obviaba con excepción de aquel señor de las piernas hinchadas hasta casi reventar, y aquella otra señora de ojos grandes a la que supongo le caí en gracia, pues no perdía ocasión de establecer cháchara en cuanto me veía.  Pasé pues bajo esos designios, a ser la cuidadora de pago  de alguien con nombre mientras el mío se esfumaba por los pasillos de lo innombrable como humo de cigarrillo y  de ese submundo que persistía  y persistiría año tras año a caballo entre lo existente e inexistente.  Mundos controvertidos que se prenden con hilos de resignación  mientras la vida así lo dicte. Un mundo que hace del ser humano un ser deficiente, caduco, miserable, dependiente...

En cuestión de pocas horas, ya nos conocíamos prácticamente todos. Lógicamente la vecina de la cama contigua era nuestra más allegada. Se estable una conexión íntima con esa persona en cuestión. Su vida pasa a ser la nuestra (yo era un apéndice anexado a mi enferma desde su ingreso, os recuerdo) y la nuestra la suya. Sabíamos de donde era, cuantos hijos tenía, sus dolencias, su edad y por desgracia su futuro más próximo. Estaba muy sola, y yo pasé a ser un poco también su apéndice. Lucía de una belleza obsoleta todavía notable en algunos de los rasgos de su níveo rostro, en sus grandes ojos, en sus facciones suaves y en ese pelo lacio entre canoso y rubio que yacía, como ella misma en esa silla, en los designios de su cráneo.  Pude ver la belleza de esa mujer contenida en los estragos de los años, y como esa sonrisa desdentada alguna vez hubo de embaucar a más de uno, todo ello, me consta, lejos de este país ya que, parece ser, trabajó durante  muchos años en Nueva York.
Nuestra más allegada era pues toda una fuente de experiencia, anécdotas y circunstancias  que dormitaban ausentes e in albis  en algún lugar de sus recuerdos muertos.
La surtía de agua, caramelos,  llamaba desde su timbre cuando la ocasión lo requería, e incluso la alimenté alguna vez. Conversación poca, pues era obvio que  una incipiente demencia senil comenzaba a ser partícipe de su cada día más exigua vida. Su único hijo estaba en el extranjero, donde ella lo dejó años atrás, y solamente hacía su aparición, vía teléfono. de vez en cuando. Después la mujer quedaba un buen rato en estado catatónico, y susurraba unas palabras mágicas... hijo, hijo, ven te necesito... como si así consiguiera devolverlo a "su vida". Durante estos trances lo mejor era ignorarla. La única hija que había parido en los años cuarenta, hacía ya tiempo que estaba en el camposanto esperándola y, según ella, la espera sería si Dios quería, corta...  muy corta. Noté como fantaseaba con esta opción de rencuentros próximos y que a mí se me antojaban  tétricos  a la par que esperanzadores. Una opción que para ella era como un soplo de aire fresco en esa pseudovida que desde hacía tiempo la torturaba y la mortificaba.
El rencuentro con su hija sería como empezar de nuevo, aunque fuese en otro mundo y otro tiempo.

La de la habitación contigua, pues otro tanto de lo mismo. Sola, senil, enferma, esperando...
Y la de enfrente aún peor, pues no llegamos a conocerla. Marchó, pero no por donde había venido, esa misma noche después de nuestra llegada. La parca ya le había anunciado su visita en varias ocasiones, y esta vez hizo su silente aparición definitivamente con un disciplinado previo aviso. Con noventa y seis años, su señoría siempre tiene la deferencia de preavisar.

La vida de la familia 216, era de lo más peculiar. La hija de ochenta, cuidaba de la madre de noventa y seis. Algo desalentador. ¿Cómo era posible?
Después de unos días de contacto la explicación llegó como el frío llega  en el invierno, porque si.
Su madre muerta en el parto de su hermano el pequeño, dejó huérfanos a seis lebreles al cuidado de su padre, algo inviable en aquellos años. Así pues, él mismo, partícipe de su propia voluntad, egoísmo y esa necesidad extrema que te  hace claudicar de todo sentido común, decidió casarse con la hermana de la finada en cuestión al poco tiempo. Es decir con su cuñada. Era por ello que solamente  las separaban  dieciséis años, pues la enferma  era su madre adoptiva, y su tía de sangre.
Yo pude observar que la decía mamá todo el tiempo. Supongo que el contacto hace de las relaciones un apego más grande del que podamos imaginar.

Cuando alguien hacía la maleta y empaquetaba sus cosas el drama hacía su estelar aparición. Tocaba la despedida, un adiós que probablemente sería para siempre. Besos, abrazos, intercambios de teléfonos que con toda probabilidad acabarían extraviándose entre los serpenteados vericuetos de una  realidad de vida ajena a esa.

Yo mientras tanto, seguiré anónima y sin nombre a lo largo y ancho de esos pasillos vestidos de recovecos, esas camas calientes de uso perpetuo, esas vidas pasadas de  gentes sin apenas futuro ni casi  presente, acompañando a la muerte o a la sombra que la rodea hasta que esta llegue.

© Concha González.



sábado, 11 de agosto de 2012



 LAS  CATACUMBAS 

Creo firmemente que la actividad laboral a la que uno se dedica, pasa factura más pronto que tarde.  Cuando me refiero a lo de pasar factura me refiero a que el saber estar, el comportamiento, los pensamientos, el día a día... Todo acaba circulando en una misma dirección. En fin, supongo que hay que saber o aprender a separar tu vida laboral de la personal, pero a veces son tantas horas de tu tiempo inmersa en una determinada actividad que la mente en ocasiones no consigue parar quieta y  se evade, vuela, se pierde...
¿Pueden imaginarse a un tanatoestético tratando de aconsejarte sobre el último grito en sombra de ojos?
 O quizás a un médico especializado en ginecología tratando de hacerte un tacto vaginal mientras hacéis el amor.  Dicho así resulta irrisorio pero se me ocurre que esta pequeña observación sobre el trabajo casa con algo que me ocurrió en un viaje que hice a  Roma hace un tiempo... 

Todo comenzó con una visita a las catacumbas. Visita obligatoria para todos aquellos que planeen descubrir esta idílica ciudad. Una amiga y yo decidimos que las catacumbas romanas, famosas en el mundo entero, eran merecedoras de hacer un dispendio de tiempo de al menos  una mañana entera de merodeo por sus lúgubres pasadizos. Acordamos madrugar para estar allí a primera hora. Consultamos a Don  Internet los horarios y  nos  informó de que a las nueve empezaban  las primeras visitas. 
Desde el exterior nadie  podía presagiar lo que se  podía descubrir una vez traspasada esa puertecita  que limitaba el acceso directo a las entrañas de la tierra.
Dado que las catacumbas son subterráneas, el verde y poblado jardín que engalanaba los alrededores no daban ni la más mínima idea de los siniestros pasadizos que subyacían justo debajo. 
Una vez dentro sacamos ticket. Alguien nos pregunto por nuestro idioma y al grito de españolas se nos fue asignado un atractivo peruanito de piel oscura  pelo azabache y bellos  labios  para lo que fuese menester. Quedamos algo impresionadas por el trato ya que en ningún otro sitio se nos había regalado con el ticket de entrada a una persona de carne y hueso hispano parlante para explicar de viva voz todo lo que allí, siglos atrás, había sucedido amén de despejar todo tipo de dudas que se nos pudieran presentar y sin límite de tiempo. Baste como ejemplo decir que nos quedó bien claro el que allí no moraban los cristianos perseguidos por los césares, por que "como muy bien podíamos observar, no había ni un solo rayo de sol que zainamente consiguiera colarse tras esas férreas paredes de tierra semi mojada y mal oliente".
En ese espacio de varios pisos de altura tan solo podías encontrar tumbas, ninguna otra cosa que no fuese un tétrico templo mortuorio y miles de pequeños huecos sutilmente adaptados al tamaño del finado en cuestión. Pude constatar que todos me parecieron pelín pequeños. Es decir, que el ser humano ha evolucionado a lo alto o bien que casi todos los allí depositados fueron niños, lo cual fue inmediatamente descartado por mi querido guía de carne y hueso al salto de mi ingenua pregunta.
"No. No solo yacieron niños, también adultos e incluso familias enteras como claramente puede apreciarse en algunos de los espacios  más grandes que se entre mezclan con los pequeños". "Incluso, cómo no, se disciernen a la perfección los adornos meritorios de la clase alta" (da la risa hablar de clase alta en esas circunstancias de persecución, pero el ser humano es así de esnob).

Bueno, hasta ahí todo normal  sino fuera por las miraditas que comencé a sentir anexadas a mi espalda, sobre todo hacia ese lugar donde esta  pierde su propio nombre, provenientes todas ellas de mi moreno peruanito. 
¡Vaya! pensé, tiene ganas de juerga... Tantas horas aquí metido...
Yo, ante ese escenario de muerte, oscuridad y frío (juro que hace un frío de muerte ahí abajo)  dudé entre seguirle el juego o hacerme la loca ante lo  inapropiado del lugar y de la situación. Seguirle el juego por lo morbótico del asunto y hacerme la loca por exactamente lo mismo. No sé, en la cultura española siempre se ha sentido un respeto especial por la muerte y sus entresijos y me consta que en la cultura sudamericana también. Además a medida que bajabamos de piso el aire comenzó a escasear de manera evidente  y una persistente claustrofobia comenzó a amenazar mi psico de forma dramática.
Y ocurrió.
Repentinamente sentí sus labios sobre los míos,  sus brazos abrazándome (valga la cariñosa redundancia), mientras lanzaba mi nombre al aire, y me sentí tan bien  que le devolví el beso, el abrazo y me oí a mi misma susurrando entre dientes algo así como...peruanito ardiente...
Entonces escuché otra voz que me nombraba, una voz que me era muy familiar, menos grave y un poco impertinente. Era Paula, mi amiga llamándome a gritos entre asustada y avergonzada por mi patético comportamiento. 

Después ya en el exterior, con la cálida luz del sol, con ese oxígeno que todos merecemos para vivir  y una reprimenda de no te menes de Paula, me alegré de estar en una parte del mundo a la que casi con toda probabilidad no volvería jamás y supuse que todos los espectadores que tuve o pude haber tenido (creo que cuatro o cinco bajaron a ayudar) me mencionarían en algún momento de sus vidas y se reirían de lo lindo todos a mi cuenta.  Pues ¡Qué les aproveche el rato!

¡Ay que ver!,  lo que hace la anoxia  o falta de oxígeno en una mente humana, y sobre todo lo que hace que a una la haya plantado el novio de toda la vida pocos meses antes de la boda con absolutamente todo preparado  por una venezolana de culito prieto de veinticinco años (diez  menos que la que suscribe)  sin ninguna  explicación.

Nota aclaratoria del autor: Sé a ciencia cierta que el inicio del relato no tiene mucho que ver con su final, pero es mi relato.  Decir a mi favor tan solo una cosita y es la de que desde  mí estado catatónico de semi inconsciencia (estado en el que entré por la falta de aire y la claustrofobia de la que siempre he adolecido de manera exacerbada, por si alguno aún no había caído en ello),  el peruanito y yo nos metíamos mano en uno de los huecos mortuorios, eso sí, de los familiares y eso sí también, de los de la clase alta. Faltaría más.

©Concha González.

miércoles, 1 de agosto de 2012





EL BLOQUEO

¡Curiosa observación, siempre desde el respeto, la conducta del ser humano!
No parecemos ser capaces de soportar, unos más otros menos, las actitudes de indiferencia hacía nuestra persona, o al menos  eso se me antoja a mi y es por ello el porqué de estas letras.

Por alguna razón explicable o inexplicable, todos nos sentimos especiales de algún modo. Desde niño ya se trata de captar la atención de los demás, principalmente la de la madre. De adolescente el ultraje todavía es aún mayor, cabriolas peligrosas, chulerías grotescas, asedios tediosos, todo con tal de llamar atenciones en rededor. Lo traumático del asunto es que la situación no parece mejorar con los años y ya de adulto el problema persiste y las posibles soluciones también. Seguimos pues creyéndonos especiales, cada uno en su especial medida, valga la redundancia.
Nos gusta que nos quieran, nos llamen, nos respeten, nos adulen, nos agasajen... y que nos lean a todos aquellos que de buena o mala manera lo hacemos.
No nos gusta que nos ignoren, nos critiquen, nos ignoren, nos ninguneen, nos ignoren...

Conocí un caso muy grave en el que dos amigas de la infancia dejaron de dirigirse la palabra a través del Facebook. Una bloqueo a la otra, para siempre. Fueron juntas al colegio, al instituto, a la universidad, crecieron en el mismo barrio, durmieron juntas en camas de noventa en innumerables ocasiones, compartieron piso durante años, fueron las madrinas de sus bodas respectivamente, pero un buen día la vida las separó.
Al principio se llamaban por teléfono siete veces por semana, luego, seis, cinco, cuatro, tres ....
Después una vez al mes, cada dos meses, tres meses....
Pasaron años en esa dinámica hasta que el teléfono dejó de sonar. No se supo claramente quién fue la última en llamar, pero supongo que eso es lo de menos. El caso es que un buen día nació Facebook y ambas se volvieron a encontrar y se hicieron de nuevo amigas desde el desconocimiento absoluto de una de ellas de quien era la otra. Le dio a "agregar amigo" de manera mecánica, quizás por el arduo deseo, al hilo de lo anterior, de ser popular, de que no la ignorasen, de ser alguien importante, creyéndose eso de que ..."cuantos más amigos tienes en Facebook, más interesante eres"... Aunque parezca increíble no reconoció la foto del perfil de su ex amiga íntima, lo cual al margen de todo esto da que pensar. Tanto había cambiado. Cuando la amiga agregada autora de la previa invitación consiguió acceder a sus mensajes, la envió su más cariñoso saludo, la preguntó por su vida, quiso volver a empezar. Nuestra amiga bloqueadora fue en ese momento cuando cayó en la cuenta y la  reconoció, para  acto  casi seguido  comunicarle mediante mensaje personal que efectivamente no se había percatado inicialmente de quien era y que sus manos, aquellas con las que más de una vez se habían unido al andar, no parecían ser las suyas  y eso la había confundido (lo que hace el arduo trabajo de año tras año).
Después procedió a bloquearla, así sin más, como última medida extrema  de  llamada de atención y para dejar bien claro que seguía existiendo aún que solo fuera para eliminarla de la lista de sus amigos virtuales y claro está de la de los reales.

©Concha González.